Manos sobre mis mejillas rosadas, alcoholizadas. Les restriegas tus pulgares como si fuera a limpiarme todo mal, como si fuera tu atesorada muñeca de porcelana que por fin encontraste bajo el polvo.
¿Qué vale un beso tuyo? Es un beso de nadie, que no llega a nadie, ni a mi profundo vacío. Todas tus manos grandes sobre mí, ¿Yo quería este calor? no sabría afirmarlo, pero sí afirmártelo.
Porque siempre estás ahí cuando lo necesito, incluso cuando no lo quiero. Lo que me pareció repulsivo, de repente es el mal menor, y te doy el permiso de todo acto.
Y me da asco, me das asco. Engañarme con que tengo el control no es suficiente, no quiero verte nunca más, y ojalá nunca tener que verte. Pero me seguirás buscando y atesorando.
Me empiezo a dar asco, me veo externo de una situación en la que me doy asco. Arrodillado con tus pantalones abajo, no veo la hora en que esto termine e irme a mi casa. Escondiendome de este recuerdo, lavando mi seca garganta.
No soy la muñeca que te parezco, y lo notaste porque quebré. Me echaste más roto de lo que ya estaba, con la autoestima y las piernas rotas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario