Detrás de mí, levantaste mi camisa que estaba por debajo del pantalón, con cierto desespero. Tus manos se colaban por mi torzo, de la cintura a la altura de los pezones; quedé sin palabras. Y cuando llegabas a mi cuello, no podía evitar soltar un pequeño gemido ahogado, que negaba el placer.
La vergüenza y el placer eran enemigas, nunca habia experimentado tal calor, cual hacia hervir mi estómago; era caótico. No quería que se detuviese, pero no podría haberlo aceptado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario